Después de salir a la luz algunos casos de acoso escolar que terminaron en suicidio, las autoridades de muchos países, han respaldado nuevas normas y estudios para comprender y gestionar el problema. Algunas de estas normas obligan a las escuelas a establecer un plan contra el acoso y el mal trato, investigar los actos e informar de los casos más graves a las autoridades.
Estas medidas en las que se subraya la importancia del problema y exigen que las escuelas encuentren la manera de abordarlo, es un paso en la correcta dirección. Pero la normativa, por sí sola, no puede crear comunidades más amables o enseñar a los niños a llevarse bien. Eso requiere un replanteamiento mucho más profundo de lo que los centros deberán hacer por sus alumnos.
También debemos reconocer que si bien los teléfonos móviles e Internet han hecho más anónima y sin fácil vigilancia la intimidación, agresión verbal o exclusión social, hay poca evidencia de que los alumnos actuales sean peores que los de generaciones anteriores. De hecho, existe amplia investigación - por no hablar de un montón de novelas y memorias - acerca de cómo los niños siempre se han maltratado y peleado entre sí, de una u otra forma. Frecuentemente se olvidan de los derechos y sentimientos de los demás y lo raro ha sido que defiendan a las víctimas.
En estudios realizados por investigadores con cámaras de vídeo en patios de centros, se han descubierto que los actos de intimidación abierta se producían con una elevada tasa de casos por hora. Y aún más interesante, era que los niños solían quedarse de brazos cruzados viendo los malos tratos de sus compañeros de clase. Al parecer, la inclinación y la capacidad de protegerse unos a otros y hacer valer una cultura de tolerancia no es algo natural. Estos son valores que se deben aprender y, por tanto, enseñar y practicar.
No obstante, una nueva variable puede incidir en que estos temas sean desviados del interés del profesorado, me refiero al creciente énfasis en los resultados de las llamadas “pruebas de evaluación de diagnóstico”, como la principal medida de “éxito” en las escuelas y desplace a lo que debería ser un criterio esencial para una buena educación de nuestros alumnos y futuros ciudadanos; el sentido de responsabilidad por el bienestar de los demás.
Es más, el peligro de estas normas, que ahora están de actualidad, es que sutilmente pueden alentar a las escuelas a hacer frente a este complejo problema de forma rápida y superficial. Muchas escuelas están comprando programas anti-bulling, en algunos casos grandes carpetas que se observan sobre las estanterías y que son técnicamente tranquilizadoras, aproximan a las escuelas al cumplimiento de las nuevas normas.
Pero las investigaciones sobre el desarrollo del niño dejan en claro que sólo hay una manera de combatir verdaderamente la intimidación y el mal trato. Como parte esencial del currículo escolar, tenemos que enseñar a los niños a cómo comportarse bien unos con otros, cómo colaborar, cómo defender a alguien que está siendo maltratado y cómo defender lo que es correcto.
Para ello, los maestros, profesores y Equipos Directivos primero deben ser entrenados para reconocer lo complejo que las interacciones sociales de los alumnos son en realidad. Sí, algunos conflictos forman parte del crecimiento normal y lo observamos en hijos y amigos responsables que en alguna ocasión muestran esos comportamientos. Incluso para estos niños, un poco de orientación puede requerir un gran esfuerzo, por ejemplo; aplicar normas como la de que no pueden excluir a nadie de sus juegos. Ello puede suponer un gran esfuerzo para hacer que lo acepten, pero tiene un fuerte impacto en todos.
Otros niños intimidan o maltratan porque tienen problemas emocionales y de desarrollo, o porque provienen de familias con abusos. En estos casos requieren de nuestra ayuda más que nuestro castigo.
Sin embargo las mayores dificultades consisten en averiguar cómo y cuándo intervenir cuando el comportamiento se sitúa entre estos dos extremos. A veces los niños, que normalmente no son matones, pueden quedar atrapados en una cultura más amplia de la agresión, por ejemplo; una camarilla de niñas preadolescentes que forman un grupo con la función específica de ser violentas con las demás chicas. El profesorado debe aprender a diferenciar entre varios tipos de comportamientos agresivos, así como los métodos que funcionan mejor para cada uno.
Lo más importante es que los educadores deben asumir un compromiso profundo a fin de convertir las escuelas en verdaderas comunidades. Los niños necesitan saber que los adultos consideran a la bondad y la colaboración tan importante como las Matemáticas y la Lengua. En tutorías de grupos e individuales, el alumnado y el profesorado deben mantener conversaciones acerca de las relaciones todos los días. Y, tan obvia como pudiera parecer, no sólo los profesores deben predicar sobre el buen comportamiento, sino que necesitan realmente practicarlo, ser amables, unos con otros y con sus alumnos. Dicho de otra forma; no se puede enseñar Inglés o Matemáticas de forma insolidaria y después dar una clase de solidaridad.
Y, naturalmente, esas mismas conductas y valores deben ser practicados, enseñados, valorados y reforzados por las familias y por la comunidad toda, de lo contrario, la escuela sola, poco puede conseguir.
De hecho, los análisis de los programas exitosos de prevención del maltrato entre iguales a través de diferentes países revela que el factor clave en común es su amplitud; tanto en términos de las personas que participan y de la profunda conexión entre las políticas específicas y los valores sociales más amplios que la escuela, los de la comunidad.
La implicación del sistema jurídico es una firme afirmación de que una sociedad no tolerará el acoso. Pero las normas para que tengan éxito, tienen que ir acompañadas de un sistema educativo que enseñe a los niños no sólo lo que está mal, sino cómo hacer lo correcto.
(Esta reseña se basa en varias investigaciones y, sobre todo, en el artículo publicado en el NYT por S. ENGEL y M. SANDSTROM, 22-7-10).
La aplicación de recortes y medidas pretendidas por los gobiernos es un contrasentido y una insensatez. Pero aún siendo muy graves las repercusiones que puedan tener en el conjunto del sistema educativo, en el medio rural, no puede sino menoscabar la igualdad de oportunidades y la compensación a las zonas con menos posibilidades educativas. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de personas, de niños, de familias y a largo plazo el desarraigo social y cultural es muy elevado y costoso.
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